El 12 de junio de este año se conmemoró el 25 aniversario de la muerte de Manolo Summers en Sevilla, la misma ciudad donde nació en 1935.
Si hubiera que definir a este cineasta con una palabra, probablemente sería “rebeldía”; él mismo afirmó en más de una ocasión que le gustaba ir contracorriente, como lo corrobora el hecho de denunciar el amiguismo imperante en el reparto de ayudas al cine, durante el franquismo o en los años ochenta. Dos décadas antes, a mediados de los sesenta, no dudó en criticar la censura en las entrevistas que le realizaban, ya fuera en las páginas de Pueblo, a cargo de Jesús Hermida, o en Sábado Gráfico. Precisamente, esta última fue enviada a la Fiscalía del Estado por si sus declaraciones eran constitutivas de algún delito. Por fortuna, ni siquiera llegó a ser procesado.
Y es que Summers sufrió con extrema dureza los rigores de la censura a la que combatió con bastante ingenio. Como señaló el prestigioso crítico de cine José Luis Guarner, Summers “fue el primero en rebelarse de forma pública y sonada contra la censura”. Basilio Martín Patino era de la misma opinión: “soy testigo de su valentía, nadie llegó aún más lejos, para enfrentarse a la peste de los censores”. Similar actitud crítica mantuvo durante el mandato de Felipe González y Alfonso Guerra, a los que puso en solfa, junto a Santiago Carrillo, desde las páginas de ABC y la revista Época, cuyas ilustraciones (especialmente las semanales del suplemento de ABC, Blanco y negro) son todavía recordadas.
Pero, por encima de todo esto, Manolo Summers fue uno de los más destacados cineastas de su generación y del denominado “Nuevo Cine Español”, que surgió a principios de los años 60. Formado en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, precursor de la Escuela Oficial de Cinematografía, quizás fue el que más sorprendió en su debut: tras concluir sus estudios con el cortometraje El viejecito, en 1959, decidió debutar con una tierna historia en Del rosa al amarillo, aclamada por la crítica y premiada en el Festival de San Sebastián con la Concha de Plata, entre otros premios. El Círculo de Escritores Cinematográficos también premió la labor de Manolo Summers como director y guionista de esta doble historia de amor (infantil y de la tercera edad) que muchos consideran su mejor película.
Con su siguiente trabajo, La niña de luto, galardonado con una Mención Especial del Jurado en el Festival de Cannes, se confirmaba su talento y que la buena acogida del anterior título no había sido fruto del azar. Esta película supuso el primer papel protagonista para Alfredo Landa, a quien, landismo al margen, muchos recuerdan por este filme. Como señala el propio actor en sus memorias, logró el personaje gracias a la fidelidad de Summers, porque José Luis López Vázquez, más popular entonces que Landa, insistió al cineasta sevillano para que se lo concediera a él.
Manolo Summers también apostó por el documental, un género casi testimonial en su época, exceptuando el NO-DO, y al que dignificó notablemente con la excelente Juguetes rotos, su visión de los ídolos caídos en el olvido. Esta película, con la que se arruinó su autor, surgió como una búsqueda personal de Summers por Gorostiza, destacado goleador en el Athletic de Bilbao, el Valencia y la selección nacional, al que idolatró durante su infancia. Consiguió localizarlo en un sanatorio poco antes de morir, cuando aún no había cumplido 60 años y estaba completamente olvidado.
Tras un periodo de gran fertilidad, Manolo Summers logró un gran éxito con Adiós cigüeña, adiós, vista por 3.500.000 personas en España; fuera de nuestro país también logró unas cifras espectaculares: en Francia estuvo más de 15 semanas en cartel, en Venezuela más de 20 y en Colombia su recaudación superó a la de La naranja mecánica y El Padrino. Asimismo, se estrenó en Japón, Hong Kong y Taiwán, entre otros muchos países.
A principios de la década de los 80 partió a Nueva York para rodar Ángeles gordos, una historia de amor con mucha ternura protagonizada por dos personas con obesidad que escondían su verdadera identidad. Continuaba, por tanto, con historias románticas no convencionales, pero su aventura norteamericana no tuvo un final feliz: su estreno en España tuvo lugar días después del 23-F, cuando los espectadores no estaban por la labor de disfrutar de esta comedia romántica.
Tras este fracaso, rompió por completo con su trayectoria anterior y conoció de nuevo las mieles del éxito gracias a su trilogía de To er mundo é… Eran producciones de un menor coste y filmadas con cámara oculta y actores no profesionales o desconocidos, que conectaron con el público del momento. Fue tal el éxito, que el productor José Frade quiso ir aún más lejos y propuso a Manolo Summers hacer una película de cámara oculta que se rodaría por todo el mundo con el título de El mundo en calzoncillos. Éste llegó a realizar un largo periplo por varios países en busca de localizaciones y posibles bromas, pero finalmente la película no vio la luz. En esta misma época rodó una parodia de los textos bíblicos que iba a tener continuidad, pero La Biblia en pasta no cumplió con las expectativas y se quedó en una única entrega.
Tampoco tuvo un buen resultado en taquilla Me hace falta un bigote, singular propuesta de metalenguaje cinematográfico con evidentes guiños a su pasado y al cine que lo encumbró; se trataba de uno de sus trabajos más personales, donde da muestras del talento para contar una historia con mucha sensibilidad, pero el blanco y negro en el que se rodó y estrenó no contribuyó desde luego a que los espectadores eligieran su película.
Firmemente consciente de que el cine debe buscar siempre el respaldo del público, en las dos últimas películas contó con el grupo de moda de la época, Hombres G, liderado por su hijo David. Ambos títulos, Sufre, mamón y Suéltate el pelo, lograron un gran éxito, no solo en España sino también en algunos países de América del Sur.
Fue su despedida de la gran pantalla; su obra continuó en televisión gracias a la serie de TVE, Cine por un tubo, en la que parodiaba diversos géneros cinematográficos como el terror, el western o el cine negro. Tal como ha señalado el Catedrático de Universidad y prestigioso historiador de cine Rafael Utrera, en esta serie se percibía la influencia del director andaluz Eduardo García Maroto, quien ya en los años 30 realizó una serie de cortometrajes paródicos de distintos géneros, que lograron una gran popularidad.
Estrenada un año antes de morir, esta serie supuso un buen broche final a una trayectoria en la que no faltaron los merecidos elogios, las más severas críticas, los incontestables éxitos y los dolorosos fracasos. Como se ha visto, Summers conoció el amargo sabor del fracaso con películas como el documental Juguetes rotos o Me hace falta un bigote, pero de los veinte largometrajes que dirigió, la mitad superó los 900.000 espectadores. Además, sus películas lograron traspasar las fronteras y llegar a mercados poco transitados por el cine español como Escandinavia, Europa del Este, Canadá, el lejano Oriente y Sudáfrica.
Fue un hombre polifacético: además de director y guionista, coprodujo varias de sus películas y las de otros directores; actuó y escribió para varios cineastas como Julio Diamante o Fernando Fernán Gómez y participó en una distribuidora. En paralelo a su actividad cinematográfica siguió con su pasión por la pintura y el dibujo: comenzó publicando viñetas en el diario Pueblo, fue una firma destacada de Hermano Lobo, que llegó a dirigir, y siguió colaborando hasta poco antes de morir en ABC; muchas de estas viñetas las realizó en el propio set de rodaje. Su pasión por el mundo artístico le llevó a involucrarse personalmente en la creación de una galería de arte en Madrid. Otra faceta fue su afición al deporte: una vez por semana quedaba con Jorge Grau, el productor Antonio Cuevas y el periodista José Mª García, entre otros, para jugar al fútbol. Asistía con frecuencia al Bernabéu pero su madridismo no le impedía sentir simpatías por el Real Betis o el Recreativo de Huelva. También se sintió fascinado desde niño por el boxeo, deporte que llegó a practicar en un gimnasio.Manolo Summers no dejaba indiferente a nadie y nadie, ni los más acérrimos críticos, podrá negar su talento y su fino instinto para el humor y para contar con tanta ternura historias de amor. A mediados de los años 60, Francisco Umbral llegó a escribir de él que “algún día se sabrá que solo Summers ha filmado con veracidad y detalle la realidad actual de la vida española”. Muchos años después, Basilio Martín Patino, en la necrológica que publicó en el diario El País, destacó que había conocido “a pocos hombres de su genio, con una humanidad más generosamente noble, más bueno, desde su sonrosado aire de colegial díscolo y sentimental”.